Un grupo de apoyo que comparte tu situación. Unas personas que hablan y entienden tu mismo idioma, que viven o han vivido en su propia piel sentimientos y hechos similares. Sin duda, la fuerza del grupo es una vía muy recomendada para quien desee dejar cualquier adicción. Ofrecemos aquí un relato largo, contado con pelos y señales, de alguien que después de muchos años -décadas- de adicción, comienza a ver la vida con otros ojos. Querido lector, llega hasta el final: merece la pena. Agradecemos enormemente al autor sus palabras y su valentía.

 

Soy un hombre de 59 años, casado y con hijos. Con una vida acomodada y solvente, donde el trabajo y las relaciones con los demás, han sido las conexiones que han permitido sostenerme emocionalmente, unido a la realidad de los demás. En resumen, he querido ser “normal” creando una personalidad fingida y adaptada a las normas y requisitos sociales de quienes me rodeaban.

Provengo de una familia desestructurada, como se llamaría hoy en día. Mi primer pensamiento de aquella época es: “No debiera de haber nacido, para que mis padres hubieran sido felices.” Un padre enfermo mental, con ausencia de empatía y afecto hacia mí por su extremada medicación. Una madre voluble y narcisista. Resentida contra su destino y por su mala suerte, según decía. Si yo no hubiera nacido, mis padres se hubieran separado, pero yo era el “culpable” de su condena. La culpa y la vergüenza son el sustrato donde mi falta de recursos sociales y de relación, hacen que me aísle de los niños y viva una infancia triste y desesperanzada. Hay un muro de cristal que me impide sentir, alegrarme de lo que otros disfrutan. Me siento único y desdichado.

A los 8 años descubro que la mente me permite entrar en el mundo secreto de fantasía. Allí mi tristeza y deficiencias quedan eliminadas. Puedo crear un universo paralelo al real, donde yo soy el rey niño. Nadie me interfiere y no necesito compararme para reconocer mi debilidad. Ese mismo año, también encuentro placentero los tocamientos con un vecino de mi comunidad. Compruebo que mi cuerpo no solo me comunica con los demás, sino que yo mismo puedo autosatisfacerme cuando se me antoje.

En el nuevo colegio donde me han traslado mis padres, con 12 años, comienzo a sufrir el bullying que yo mismo, inconscientemente, he propiciado. Necesito destacar y lo hago desde el absurdo. Volviendo a casa un día, en un vagón de Metro de la línea 1 en Madrid, un desconocido comienza a rozarme con su mano, el pantalón de chándal y tras unos escarceos, comienza a masturbarme sin que nadie alrededor se percate. Conozco el primer orgasmo con alguien que desaparece a continuación.

El dolor del sufrimiento y la inadecuación solo encuentran alivio en esa nueva experiencia placentera que descubro ese día. Mis compañeros de clase son mis nuevos objetos de uso. En las clases, en los aseos, en lugares escondidos…repito esas conductas prohibidas que dan sentido a la vida. Por la noche, al despertar, en cualquier momento estresante repito hasta la saciedad la masturbación y las prácticas adicionales con objetos, posturas o ambientes que elevan hasta el infinito el placer. Noches sin parar para poder dormir. Exámenes con salidas al aseo para aliviar la tensión. Miradas indiscretas a posibles candidatos en cualquier lugar.

Me convierto en el sujeto y el objeto de mi propio placer. Siento que soy el Señor de mi vida. Retiro a Dios de su lugar y me pongo yo ahí.

La lujuria es un manto de terciopelo oscuro que todo lo oculta. Vive de los secretos, de lo prohibido, de la mentira, del odio y el rencor. Ella se hace mi mejor aliada para fingir ante los demás, lo que no soy. Extrovertido, atento, eficiente, galante, sociable… Es una inmensa máscara que tapa mis defectos y debilidades. Se adueña de mi vida. Me convierto en esclavo de sexo y el placer.

Pero como todo fuego, necesita de combustible. La pornografía toma rienda suelta en ese mundo de fantasía, que en mi tierna infancia descubrí. Traspasar la puerta de lo prohibido: la revista que se esconde, las miradas obscenas, el exhibicionismo provocativo para, con la llegada de internet, encontrar que mis sueños se pueden hacer realidad.

Ya no tengo que estrujar hasta el dolor mi cerebro para exprimir las últimas gotas de químicos excitantes que me faciliten un nuevo día de vida. Simplemente en la pantalla me sumerjo en lo más obsceno y prohibido, que mi imaginación llevaba años anhelando. Se hace realidad en dos dimensiones mis más podridas fantasías donde mentalmente yo puedo incorporarme, primero en imagen para a las pocas semanas, traspasar la barrera de lo prohibido y verme apostado en una tapia del Retiro para recibir placer de desconocidos, o encontrarme en un cuarto oscuro de Chueca con manos que acarician mi cuerpo.

Cuando escucho hablar a compañeros de la fraternidad, donde me recupero de mi adicción al sexo y a la lujuria, alguno me dice que su problema solo es la masturbación y la pornografía. Sin embargo y por la experiencia en estos años, el mundo de la pornografía abarca un universo completo de todas las prácticas, tanto las que consideramos «normales» como las que se introducen en lo ilegal, lo perverso, lo depravado y donde el último límite queda siempre sin traspasar. No tiene fin.

Por ello, para entrar en ese espacio oscuro y tenebroso, solo un adicto puede entenderse con otro adicto, sin ser juzgado o reprendido. Solo con la ayuda de otro adicto o persona que entienda “subliminalmente” lo que se experimenta, he podido dejar de consumir sexo, tanto conmigo mismo como con los demás.

La liberación que produce contar a otra persona humana las aberraciones cometidas en el pasado, tanto real como imaginariamente, permite la entrada de luz, de aire fresco, de esperanza. Ese punto de tocar fondo, cuando me he sentido completamente impotente ante mi comportamiento, es el punto de partida para la recuperación.

Llevo 4 años y medio sobrio y puedo asegurar que el peor día en sobriedad supera con creces al mejor que pudiera haber vivido en mi época de consumo. Soy libre para aceptar mi enfermedad crónica, que solo con la ayuda de otros y de mi Poder Superior, me regalan cada día una nueva experiencia de vida. Empiezo a desentumecer mis sentimientos y emociones, que durante muchos años estuvieron congelados. Mi corazón empieza a desentumecerse y ya soy capaz de sentir. Hasta puedo llorar y es una satisfacción hacerlo.

Ver en lo que se ha convertido mi vida, pero a su vez, saber que todo tiene sentido ahora. Tuve que recorrer ese tortuoso camino para ser rescatado a esta experiencia desconocida por mí. Trato de reconocer el significado de Amar, en toda su extensión. He comprobado que dando de mí, la adicción pierde fuerza. Por eso te regalo mi testimonio en la esperanza que tú, que me lees y sabes de que te hablo, tengas la valentía de plantar cara al problema y atreverte a saltar al vacío. Te aseguro que no caerás. Estamos otros para sujetarte y ayudarte a pasar a esta nueva orilla. Merece la pena, te lo aseguro.