Antes de la aparición de los móviles y portátiles, el acceso a internet se veía limitado tanto temporal como espacialmente; era congruente con los horarios de trabajo. En consecuencia, el momento de descanso y recreación también suponía un descanso de la tecnología, y el ocio consistía en la relación e interacción interpersonal. Sin embargo, la inmediatez de los dispositivos móviles y el uso constante de redes sociales, irrumpen en esta limitación espacio-temporal del uso de la tecnología. Dan paso al desarrollo de expectativas de gratificación instantánea de los propios deseos afectivos, sociales o interpersonales.

Hoy hemos perdido la paciencia, porque tenemos a disposición un número infinito de contenidos audiovisuales en internet que en muchas ocasiones tienen una imagen editada de la realidad. Estamos tentados a considerar que lo que hay detrás de la pantalla se puede materializar en la vida cotidiana con la misma velocidad con la que pedimos un Glovo. Sin embargo, basta la propia experiencia vital para saber que la realidad es tan rica que presenta verdaderas dificultades que exigen esfuerzo y perseverancia para sobrellevarlas.

Yo y ya

El nexo entre la cultura de lo inmediato y el consumo de la pornografía es, precisamente, la pérdida de la percepción del propio valor y la crisis de autoestima que esto puede generar. El problema está en la necesidad inminente de satisfacer nuestros deseos y la solución la encontramos en la pornografía: somos “yo-yo” en la era del “ya-ya”.

El sociólogo Zygmunt Bauman menciona que, “en nuestros días, toda demora, dilación o espera se ha transformado en un estigma de inferioridad”. La pornografía es la joya de esta ecuación, porque produce un alto grado de excitación y de placer, que se traduce en un sentimiento de profunda soledad. En definitiva, no queremos sentirnos solos, incomprendidos o despreciados y la cultura de lo inmediato lo arregla con el ahora.

Esto se manifiesta también en otros ámbitos: juego compulsivo, compra de productos de “necesidad” tan solo poniendo la huella dactilar en el botón del móvil, la búsqueda constante de “likes” que alimentan falsamente nuestro ego, ver las series a velocidad x2 porque no podemos esperar a ver el final, entre muchos otros ejemplos. Así también, la pornografía es la opción más fácil para experimentar la excitación sexual sin intimidad sexual. En la pornografía se hace el amor sin amor con solo dar un clic. Todo se reduce a la expresión puramente fisiológica, el orgasmo, y se consume como un artículo más, que sacia un deseo sin esfuerzo.

La huella en el cerebro

Hay una explicación neurobiológica para todo lo anterior. La pornografía enlaza al sistema de recompensa natural con niveles mucho más elevados de activación, y es altamente estimulante, mucho más de lo que nuestro cerebro está evolutivamente preparado para procesar. Además, el sistema de recompensa indica al sujeto que un estímulo supernormal es un estímulo “súper valioso” y en consecuencia, se hará todo lo posible para prolongar su exposición y el placer que de este deriva. En el circuito de recompensa, la dopamina incita la búsqueda de recompensas cuando percibe su carencia. Los opioides generan placer en el individuo ante el estímulo que satisface su necesidad. Pero el sistema de dopamina es más fuerte que el opioide: estamos biológicamente condicionados a buscar más y más de aquello que nos satisface. En otras palabras, el placer no cesa y el deseo aumenta. Y esta rueda no hay quien la pare.

Con todo ello, podemos comparar el consumo de pornografía con la comida basura. En un principio la comida procesada, altamente calórica y perjudicial para la salud, era más conocida como comida rápida. Con la pornografía ocurre lo mismo. Todo es rápido, sí, pero también existe contenido perjudicial a nivel psicológico con efectos significativos, por más de que no sean siempre aparentes a primera vista. No se trata ahora de demonizar la tecnología y la cultura de nuestra sociedad. Más bien, consiste en tener una mirada crítica a lo que nos exponemos como consumidores, y sobre todo, al refuerzo sin esfuerzo que supone el consumo de pornografía.

Bibliografía:

  • Webster, James, “The Role of Structure in Media Choice”, en Media Choice: A Theoretical and Empirical Overview, Routledge, 2009.
    Zygmunt Bauman, Amor líquido, Gedisa Editorial, 2017.
  • Ballanoff Suleiman, Ahna., et al., “Becoming a sexual being: The ‘elephant in the room’ of adolescent brain development” en Developmental Cognitive Neuroscience, Elsevier, (2016), pp. 1-10.
  • Hilton, Donald y Watts, Clark. “Pornography addiction: A neuroscience perspective”, de Surge Neurol Int. 2 (2011).