Resulta paradójico que en un mundo como el actual, tan abierto a todo tipo de temas y tan proclive a romper con los tabúes, apenas se hable de los contenidos que ocupan las pantallas de gente de todas las edades y condiciones, contenidos que educan a nuestros hijos e hijas en la sexualidad o que introducen a nuestros jóvenes en un ámbito de fantasía cuya frontera con la realidad resulta difusa para muchos. 

Son muchos los psicólogos que recomiendan el consumo de pornografía en determinadas circunstancias, incluso los propios medios de comunicación fomentan el consumo (siempre que sea de forma “controlada” o “moderada”). Ante estos consejos, cabe preguntarse, ¿cuáles son las bondades de la pornografía?, ¿es beneficioso un consumo esporádico o controlado?, ¿existe realmente este tipo de consumo?, ¿dónde ponemos el límite? 

Nuestra experiencia, después de muchos mensajes recibidos, es que hay un amplio número de personas que hubieran preferido una advertencia previa, más información en definitiva, antes de comenzar a ver este tipo de contenidos. En este línea, así pensaba un ex adicto al porno: “No hay una cantidad saludable de pornografía. Cualquier cantidad ya es demasiado”.

Como otro tipo de consumos gratificantes que modifican conductas, la pornografía puede afectar al cerebro hasta el punto de convertirse en una adicción. Pero nadie nace adicto. A la vez, reducir el problema de la pornografía a la adicción sería simplificar demasiado. Analicemos en primer lugar qué mueve a alguien a abrir el ordenador o cualquier otro dispositivo al alcance para acceder a contenido porno. 

Para muchos todo comienza con la simple curiosidad: un sencillo clic te presenta un mundo nuevo cuyas dimensiones eran desconocidas hasta ese momento. La pornografía resulta muy poderosa gracias a la web, hay infinidad de sitios gratuitos que te ofrecen lo que desees y sin más consecuencias que el propio placer. 

Otros motivos para el acceso a este material son conocidos y evidentes: aburrimiento, estrés, tristeza… todos ellos son amigos de la pornografía, donde uno encuentra refugio y evasión. Quizá ya empiece a sonar más familiar la situación: ese tirón repentino, ese deseo de darse un capricho en un momento determinado, ese “no hago mal a nadie” o “yo controlo”. Al igual que la tolerancia del alcohólico o del drogadicto, también aumenta la tolerancia al contenido pornográfico. Tiene algo que engancha; entre el consumo frecuente y la adicción existe una delgadísima línea que está en la mente de todos. 

Lo pequeño importa

¿Y qué hay de las personas que consumen pornografía de forma esporádica, tan solo para estimular el deseo? En nuestra opinión, incluso el consumo esporádico puede tener “pequeños” efectos en la vida cotidiana. El modo de relacionarte cambia, surge la búsqueda del placer individual a toda costa, la mirada se sexualiza, decae el interés por otros aspectos de la persona, etc. En realidad son “pequeñeces”, cierto, pero en el terreno afectivo lo menor no es tan pequeño. 

A la vez, sabemos que lo que consumimos es una ficción, pero una ficción que tiene repercusión en nuestras vidas cotidianas, que no se queda en la pantalla como se quedan los héroes de Marvel. A nadie se le ocurre saltar desde un tejado cuando ve que Spiderman lo hace; sin embargo, imitar las conductas sexuales de la pornografía no es algo infrecuente. Pese a que en teoría está claro que son escenas irreales, las parejas intentan recrear lo que ven en pantalla, muchas veces ya no causa excitación mantener relaciones sexuales con la otra persona, acostumbrado como está el cerebro a estimularse a través de una pantalla. Hay que tener en cuenta en este aspecto, que la pornografía presenta unos patrones y conductas sexuales que potencian los estereotipos de género hasta un punto que podríamos decir que no hay desigualdad mayor que la que ofrece esta industria. 

Como hemos adelantado, la pornografía cambia la manera de pensar y mirar, solo hace falta escuchar las conversaciones de adolescentes en la calle (aunque el tema no se limita solo a los adolescentes): la cosificación de los cuerpos, la instrumentalización del sexo, etc. 

Una falsa sensación de compañía

Son muchos los que afirman que dejarán de consumir pornografía cuando comiencen una relación. Es común escuchar que la pornografía “te hace sentir menos solo”: reflexiona sobre si es realmente así. Desde luego, hay alternativas a la pornografía, hay otras formas de pasar el tiempo, de sentirse acompañado. Muchas personas que dejan la pornografía informan que sus citas y su vida social mejoraron drásticamente. 

A menudo, el consumo de pornografía encierra a la persona sobre sí misma. Es un modelo de excitación egocéntrico, que atiende solamente al propio interés, no busca una actividad abierta a otras personas, por lo que no elimina la soledad, es una falsa sensación de compañía. La pantalla no sustituye a la afectividad humana. Además, el cerebro está diseñado de forma evolutiva, lo que implica que nuestra mente recordará de dónde ha obtenido placer las veces anteriores y recurrirá a esas mismas fuentes para obtener la gratificación sexual. Si se ha obtenido placer de la pantalla, lo más seguro es que cuando el deseo surja se recurra  de nuevo  a ella para satisfacerlo y no a una persona real. 

Por último, conviene recordar que cada vez son más frecuentes los casos de jóvenes con disfunciones sexuales o con problemas de salud mental relacionados con el porno. Los estudios demuestran que los niveles de dopamina que produce la pornografía (que no responden a estímulos naturales) pueden derivar en depresión o ansiedad. De hecho, según los resultados obtenidos por el psiquiatra Norman Doidge, “los consumidores de pornografía manifiestan más síntomas depresivos, una menor calidad de vida y una salud mental más pobre que aquellos que no ven porno”. 

Resulta irónico que la pornografía prometa ser la solución a la soledad, al aburrimiento o al estrés, y que se convierta realmente en su mejor amiga y estimuladora. Lo esencial, como ya señalamos en este post, es que la gente se pregunte qué está viendo, por qué lo está viendo y a partir de ahí hacer unas mínimas reflexiones de qué repercusiones tiene en su vida privada y pública.