El 10 de octubre celebramos el día mundial de la salud mental y la estadística insiste año tras año: 1 de cada 4 personas presentan un trastorno mental común (Roca et al., 2009). Estos datos son muy curiosos, ya que, a pesar de estar presente en un 25% de la población (muy prevalente), las personas que tienen algún problema de salud mental aún son etiquetados como locos o raros en algunas sociedades (estigmatizados).

Por otro lado, algo que no es tan sorprendente pero sí llamativo es la normalización de la pornografía que se ha producido a lo largo de estos últimos años (Price et al., 2016). Ahora bien, ¿lo normal siempre es lo mejor?

Pongamos en contexto la pornografía en la salud mental. 10 años atrás se propuso incluir el trastorno hipersexual en la quinta edición del manual de diagnóstico de enfermedades mentales (DSM-5), pero fue rechazada (Kafka, 2010). Dentro de esta propuesta, se contemplaba el uso excesivo de la pornografía como una especificación de su diagnóstico. Después de varios años, la Clasificación Internacional de Enfermedades en su 11ª edición (CIE-11) adopta el trastorno hipersexual con el nombre “comportamiento sexual compulsivo”, incluyéndolo como parte de los trastornos del control de los impulsos (CIE-11 – Estadísticas de Morbilidad y Mortalidad, 09/20).

Desde hace muchos años se tiene evidencia del potencial adictivo y de la problemática que supone el uso excesivo de pornografía (de Alarcón et al., 2019). Asimismo, este uso excesivo está alineado con varios trastornos mentales, sobre todo, con trastornos de ansiedad y del humor (de Alarcón et al., 2019; Efrati & Gola, 2018). Como se ha visto en algún post anterior, el uso de pornografía puede empeorar la sintomatología ansiosa y de impulsividad dentro del trastorno de atención e hiperactividad (TDAH), incluso en varias ocasiones, tiene la utilidad de falso regulador emocional.

Los estudios van más allá de evaluar la sintomatología, como la depresión o ansiedad, con el uso de pornografía. Varios investigadores, apuntan a la pornografía como el posible responsable del aumento de la disfunción eréctil (de Alarcón et al., 2019). Incluso hay evidencia que las personas que consumen pornografía de forma regular tienen una mayor probabilidad de desarrollar una disfunción sexual con su pareja y no mientras consume pornografía. Esto se puede deber a diversos motivos que provienen del uso excesivo de pornografía, como la autoestima baja , el llamado estímulo “supernomal”, el gran outlet de fantasías que se ofrece en la pornografía, la ansiedad previa a la relación sexual, etc. En la misma línea se ha visto que la vida sexual no solo se ve afectada por las disfunciones, también se ha registrado una menor satisfacción en las relaciones sexuales en ambos sexos, cuando al menos uno de ellos consume pornografía (de Alarcón et al., 2019).

Y un poco más: existe evidencia de la relación entre algunas enfermedades neurológicas y la hipersexualidad, específicamente aquellas relacionadas con la pérdida de dopamina (enfermedad de Parkinson) y la demencia en una zona frontal del cerebro como la demencia frontotemporal (Bronner et al., 2015; Mendez & Shapira, 2013). En el caso de la enfermedad de Parkinson, se ha estudiado mucho, y la hipersexualidad puede aparecer cuando la persona se encuentra en una etapa media de la enfermedad.

Otra de las comorbilidades que se ha identificado con el uso de pornografía es el consumo de sustancias o tóxicos. Hay un elevado número de personas que además de pornografía consumen algún tipo de sustancia sin control (tabaco, marihuana, alcohol, etc.).  También se encuentra una elevada relación entre el consumo de pornografía y un uso problemático de los videojuegos (de Alarcón et al., 2019).

Como hemos visto, existe psicopatología que acompaña al uso de pornografía, a veces es la patología que impulsa a la persona a llevar a cabo la acción (Parkinson, TDAH), bidireccional entre pornografía y otra patología (depresión, ansiedad) o incluso vemos consecuencias como la disfunción eréctil y la ausencia de placer.

Un consejo final, si te ves reflejado en lo escrito hasta aquí. En tus peores momentos, cuando todo parece que se acaba, cuando la solución parezca imposible, escríbenos, pide ayuda. Nada pierdes. Da valor a lo que tiene valor en tu vida. Siempre estamos aquí: [email protected].

 

Bibliografía:

Bronner, G., Aharon-Peretz, J., & Hassin-Baer, S. (2015). Sexuality in patients with Parkinson’s disease, Alzheimer’s disease, and other dementias. In Handbook of Clinical Neurology (Vol. 130, pp. 297–323). Elsevier. https://doi.org/10.1016/B978-0-444-63247-0.00017-1

CIE-11—Estadísticas de morbilidad y mortalidad. (09/20). https://icd.who.int/browse11/l-m/es#/http://id.who.int/icd/entity/1630268048

de Alarcón, R., de la Iglesia, J., Casado, N., & Montejo, A. (2019). Online Porn Addiction: What We Know and What We Don’t—A Systematic Review. Journal of Clinical Medicine, 8(1), 91. https://doi.org/10.3390/jcm8010091

Efrati, Y., & Gola, M. (2018). Understanding and predicting profiles of compulsive sexual behavior among adolescents. Journal of Behavioral Addictions, 7(4), 1004–1014. https://doi.org/10.1556/2006.7.2018.100

Kafka, M. P. (2010). Hypersexual Disorder: A Proposed Diagnosis for DSM-V. Archives of Sexual Behavior, 39(2), 377–400. https://doi.org/10.1007/s10508-009-9574-7

Mendez, M. F., & Shapira, J. S. (2013). Hypersexual Behavior in Frontotemporal Dementia: A Comparison with Early-Onset Alzheimer’s Disease. Archives of Sexual Behavior, 42(3), 501–509. https://doi.org/10.1007/s10508-012-0042-4

Price, J., Patterson, R., Regnerus, M., & Walley, J. (2016). How Much More XXX is Generation X Consuming? Evidence of Changing Attitudes and Behaviors Related to Pornography Since 1973. The Journal of Sex Research, 53(1), 12–20. https://doi.org/10.1080/00224499.2014.1003773

Roca, M., Gili, M., Garcia-Garcia, M., Salva, J., Vives, M., Garcia Campayo, J., & Comas, A. (2009). Prevalence and comorbidity of common mental disorders in primary care. Journal of Affective Disorders, 119(1–3), 52–58. https://doi.org/10.1016/j.jad.2009.03.014