Semanas convulsas en informaciones y opiniones por las malditas agresiones sexuales perpetradas por jóvenes, ¡muy jóvenes!, en diferentes puntos de España. Los lamentables hechos se suman a tantos otros ocurridos en este país en los últimos años. Y el foco, en los medios y por tanto en buena parte de la opinión pública, se ha centrado en la posible relación entre consumo de pornografía y violencia sexual. La cuestión es determinar si existe una causa, una relación, un estímulo, una normalización, etc. entre ambas realidades. El debate no es nuevo, pero sí está siendo más intenso que en otras ocasiones.

Posiciones a favor y en contra se han difundido en columnas en los medios, entrevistas en radio y televisión, hilos interminables en Twitter, y un largo etcétera. El diario digital El Español, por ejemplo, en su artículo: “La mentira del porno y las ‘manadas’ en España: su consumo no aumenta las agresiones sexuales”, concluye que no existe un vínculo causa-efecto entre el consumo de pornografía y la violencia sexual. Días más tarde, un texto más largo, completo y con numerosas referencias, editado por Newtral, también refleja una indiferencia similar sobre los nexos entre violencia y pornografía.

Por otro lado, si escuchamos a expertas en estudios sobre mujer, violencia y explotación, como Laura Freixas o Mónica Alario, no dudan en sus dictámenes. Según Alario, «podemos establecer una vinculación clarísima entre la pornografía que están consumiendo los adolescentes y la violencia sexual en grupo»; y Freixas sigue esa misma línea: «que la violación se vea como una travesura, una heroicidad o un inocuo team building, ¿no tiene nada que ver con la omnipresencia de la pornografía?».

Estudios sociológicos y contenido real

Es cierto que hay estudios científicos que no encuentran asociación entre ambas variables. Y también es cierto que existen numerosos estudios que avalan que la pornografía favorece la violencia sexual, coerción, degradación, roles de género y mitos de la violación. Seamos serios y esperemos más trabajos científicos, mejores investigaciones longitudinales, sin querer llevar el ascua a nuestra sardina.

Y si es cierto lo dicho anteriormente, todavía es más evidente la realidad de gran parte del porno, donde la violencia es muy frecuente, y por tanto, es fácil pensar que puede actuar como una variable potenciadora o mediadora de dicha violencia. Y aquí entra un dato importante, que no es fácil de encasillar en un estudio de campo. Hablamos de un contenido que excita al consumidor, quien cada vez necesita algo más extremo, porque lo experimentado ya no ofrece suficiente satisfacción.

Si tenemos en cuenta que las grabaciones pornográficas son escenas violentas, la visualización de estos contenidos dinamiza la respuesta violenta por dos motivos. En primer lugar, por el conocido aprendizaje vicario o aprendizaje por observación y en segundo lugar, por el efecto de imitación. De acuerdo: no ocurrirá siempre, ni siquiera en la mayoría de las personas, pero qué duda cabe que en algunas de ellas supondrá un normalizador y facilitador. Porque no lo olvidemos, la ficción también educa, y ver violencia nos hace más tolerante a ella.

Pornografía, un telón de fondo

El placer sexual, y por tanto la pornografía, ejerce una sacudida de emociones, intereses, activaciones hormonales y neurológicas que tienen un papel fundamental a la hora de medir y calibrar las conductas. Además, en situaciones especiales donde se une el alcohol, el ocio nocturno y la compañía, la activación de todos estos elementos es muy fácil. Por otro lado, existen otros muchos factores a tener en cuenta, como la historia personal, los rasgos psicológicos o la educación de cada persona.

Uno de los problemas asociados al consumo de pornografía es que dicho consumo puede provocar una falta de control de impulsos, lo que puede conllevar la consecución de secuencias sexuales empleando violencia, con independencia de la misma violencia que se haya podido consumir, incluso si el contenido pornográfico no fuera propiamente violento.

La pornografía está presente, como telón de fondo y, repetimos, no siempre, en la perpetración de delitos sexuales. En muchas ocasiones, los delincuentes persiguen experiencias de imágenes visualizadas, que llegan a ser delito, generalmente, por la falta de consentimiento de la víctima. Concretamente en adolescentes varones, se ha visto que a mayor exposición a la pornografía, más probabilidades de exhibir un comportamiento sexualmente agresivo.

En esta misma línea, la exposición a la pornografía se asocia en general con una mayor aceptación de la cosificación, que a su vez se asocia con una mayor aceptación del mito de la violación y actos más frecuentes de engaño sexual. Por otro lado, para mujeres adolescentes, ser víctima de violencia familiar, violencia sexual y violencia en el noviazgo se ha relacionado significativamente con la exposición a pornografía.

Una violencia sutil, a cámara lenta

En este sentido, es preciso no reducir el concepto de violencia a las agresiones sexuales más conocidas o que más alarma social generan: las violaciones grupales. En un ámbito más silencioso, más tranquilo, más oculto, en la intimidad de muchas parejas, se está produciendo un daño, una auténtica violencia, que sufren habitualmente muchas mujeres, y que tiene que ver con tantas prácticas sexuales, algunas de riesgo, que se ven en la pornografía. Incluso, otra violencia más sutil aún, es la que ocurre en tantos hogares donde quien consume va creando a su alrededor, especialmente con su pareja, un muro de distancia, de desconfianza, de frialdad. Esa tensa atmósfera, ¿no es también una violencia a cámara lenta, pero igual de real?

A la violencia sexual no se llega, habitualmente, de repente. Como en todo, hay que buscar un proceso, una aclimatación, unos patrones, unos antecedentes. Y ahí es donde hay que actuar, en esos detalles que van configurando las actitudes, y los comportamientos posteriores. Y desde luego, una cultura que premia la búsqueda sin límites de placer y sexo, puede propiciar unas conductas egoístas y cercanas a la violencia si no se consigue el fin deseado. El «todo me está permitido», «nada es demasiado extremo o negativo», «tengo derecho a este momento» o «debo demostrar que soy capaz» pueden ser ideas de fondo presentes en la sociedad narcisista en la que estamos envueltos.

Finalmente, es importante destacar que, si la única «experiencia sexual» que se tiene es la visualizada, los adolescentes, y también muchos adultos, buscan experimentar lo que han visto. Por todo lo dicho, aunque es cierto que no se puede confirmar que el consumo de pornografía se encuentre íntimamente ligado a la violencia sexual como única causa, sí podemos ver estudios que han encontrado relaciones e influencia entre ambas variables y otras variables asociadas, como la cosificación, la asignación de roles o la imagen de la mujer.

 

Referencias

  • Relación de estudios científicos sobre violencia y pornografía, en la web de Dale Una Vuelta.
  • «La mentira del porno y las ‘manadas’ en España», El Español, 2 de junio de 2022.
  • «Hablemos de porno: ¿su consumo tiene relación con la violencia sexual?», Newtral, 8 de junio de 2022.
  • «El PSOE contra el porno, un combate surrealista», Voz Populi, 11 de junio de 2022.
  • «Si prohíben el porno, me exilio», El Confidencial, 6 de junio de 2022.
  • «La batalla del porno», La Vanguardia, 7 de junio de 2022.
  • Entrevista a Mónica Alario, Telediario de La1, 30 de mayo de 2022.