En el marco de los derechos de la mujer y del impacto de la pornografía en la sociedad y la salud, el pasado 1 de junio intervino en el Senado de Francia la fundadora de la asociación DeClic, María Hernández-Mora, psicóloga clínica. Declic y Dale Una Vuelta tienen los mismos objetivos, comparten sus contenidos y forman un único equipo. Ofrecemos a continuación el discurso completo. Aunque sea más largo que los artículos habituales, pensamos que en esta ocasión merece la pena la transcripción íntegra por la calidad del mensaje y los datos ofrecidos.


 

Le agradezco mucho, señora Presidenta, esta presentación, y sobre todo les agradezco a todos ustedes, los ponentes de la Delegación para los Derechos de la Mujer, que hayan creado este espacio de reflexión sobre esta nueva cuestión de salud pública, que no sólo merece ser analizada y comprendida, sino que sobre todo requiere respuestas adecuadas en materia de prevención y atención que, por desgracia, siguen estando muy ausentes en Francia.

De hecho, por mi trabajo como psicólogo clínico y psicoterapeuta, estoy en contacto diario con personas que sufren los efectos de la pornografía en su salud psicológica, sexual y relacional. Tanto en las consultas especializadas que he creado en el hospital donde trabajo, como en las acciones de atención y prevención que lleva a cabo la asociación Déclic-Sortir de la Pornosphère que fundé hace tres años, Me encuentro con adolescentes y adultos que me piden que les ayude a afrontar las consecuencias de su consumo. Además, durante una audiencia anterior, la Sra. Rossignol abordó la cuestión de los adultos que, aunque sean mayores de edad y tengan libertad de elección, también pueden verse afectados por el consumo de estos contenidos, sufren adicción y, por tanto, también forman parte de estos debates. Estoy haciendo una tesis doctoral en la Universidad de París sobre el uso problemático de la pornografía entre los adultos.

Así que, como decía, estoy hablando de un tema de salud pública. Se suceden los estudios científicos internacionales que demuestran que el consumo masivo de pornografía no está exento de consecuencias en la relación con uno mismo, con el cuerpo y con los demás, y ello desde una edad muy temprana. Por ello, intentaré, de forma clara pero sintética, repasar las principales consecuencias que puede tener el consumo de pornografía. Estos elementos se basan, por un lado, en mis observaciones clínicas a partir de los numerosos tratamientos que proporciono, y por otro lado, en la literatura científica internacional, en los estudios realizados por psiquiatras, psicólogos, sociólogos, educadores y otros.

Durante las audiencias anteriores, usted habló extensamente sobre el impacto del consumo de pornografía por parte de los adolescentes y la urgente necesidad de responder eficazmente al desafío de protegerlos de este contenido. No puedo sino confirmar y apoyar esta necesidad urgente de actuar ante el consumo exponencial de los jóvenes. La edad media del primer contacto es de 9 años (Ballester et al., 2019). Los estudios demuestran que entre el 40% y el 70% de los adolescentes se han topado con la pornografía de forma accidental o no intencionada (Peter & Valkenburg, 2016). Otro estudio muestra que el 90% de los niños y niñas antes de los 11 años se han topado con contenidos pornográficos (Ballester et al., 2019). Estos contenidos corresponden a verdaderas imágenes traumáticas para cerebros todavía vírgenes, inmaduros en su desarrollo neuronal, incapaces de analizar y tomar distancia de las imágenes observadas. 

La sexualidad, que antes era una fuente de sana curiosidad infantil, se convierte para ellos, tras este primer contacto pornográfico, en un objeto de asco y fascinación al mismo tiempo. Conmocionado y lleno de preguntas, el niño se ve abocado a volver a mirar ese contenido para integrarlo y comprenderlo. Incluso antes de que el joven experimente su propio cuerpo, sus impulsos y la sexualidad real en contacto con un «otro» real, experimenta una sexualidad que corresponde más bien al «sexo duro», violento, donde la mujer es un objeto de consumo, que se toma y se tira, y donde las dimensiones constitutivas de una sexualidad sana como la intimidad, la confianza, la afectividad, el respeto y el consentimiento están absolutamente ausentes. Este contacto temprano, que yo llamo «violación psíquica» porque invade inesperada pero brutalmente el pensamiento y la imaginación del niño, es uno de los factores de riesgo más potentes para el desarrollo de una adicción a partir de la adolescencia, cuando el acceso a Internet es ilimitado, el smartphone en el bolsillo y otras variables personales, psicológicas y contextuales influyen en las dificultades del joven para regular sus emociones e impulsos. De hecho, cuando llega la pubertad y se despiertan los impulsos sexuales, muchos jóvenes ya han tenido acceso a estos contenidos y tenderán a volver a ellos para regularse y responder en secreto a sus deseos sexuales incontrolados y a menudo invasivos. Durante esta etapa fundamental del desarrollo psicosexual, el adulto en formación se construye sobre patrones y lógica pornográfica. El 95% de los pacientes con los que trabajo comenzaron su consumo antes de los 12 años. Todos ellos recuerdan estas primeras imágenes, como «fotos asquerosas que nunca se borrarán de mi memoria», como me dijo un paciente. En efecto, la pornografía deja huellas de memoria en el cerebro. Un joven de 16 años con una grave adicción me dijo: «Señora, tengo una reserva de imágenes sucias que contaminan mi cabeza y ya no puedo eliminarlas». 

Tanto el cerebro de los adolescentes como el de los adultos reaccionan de forma similar ante los contenidos pornográficos. En el ámbito de la educación, con el modelo Montessori por ejemplo, se ha demostrado que el aprendizaje a través de la experiencia es especialmente eficaz. En efecto, la activación del cuerpo durante un esfuerzo atencional permite fijar mejor los conocimientos y mantener la experiencia en la memoria. Así que puedes imaginar que al consumir pornografía, las capacidades atencionales de la persona son totalmente absorbidas y el cuerpo se activa fuertemente. La persona se encuentra, por tanto, en una especie de visión de túnel, en la que deja de percibir lo que le rodea, por lo que el contenido es ingerido por el cerebro sin ningún tipo de filtro ni retrospectiva, quedando fuertemente fijado en la memoria. Es una especie de aprendizaje pornográfico. Los estudios de neuroimagen han demostrado que los circuitos neurocognitivos de las personas que consumen pornografía de forma recurrente están afectados (Kor et al., 2022; Kühn y Gallinat, 2014; Love et al., 2015). Por ejemplo, las neuronas espejo responsables del aprendizaje por imitación se verán influenciadas en la reproducción de comportamientos pornográficos, así como en la reducción de la empatía, la corteza prefrontal se ve afectada y la capacidad de tomar decisiones, retrasar la recompensa, utilizar la fuerza de voluntad, mantener la concentración y la atención para tareas sin estimulación corporal.

El consumo de pornografía, por lo tanto, tiene un impacto en el cerebro del joven y del adulto, y esto altera la forma en que este último puede experimentar la relación con uno mismo, con el otro y con la sexualidad. Estas consecuencias clínicas y sociales son numerosas y trataré de resumirlas en tres ejes: 1) violencia sexual y placer, 2) impacto y alteración de la intimidad y 3) adicción.

1. Violencia y placer. Seguramente habrás oído hablar del aumento del índice de violaciones en grupo entre la población adolescente, lo que en España se ha denominado «manadas». Los tribunales de países europeos como España y Dinamarca han advertido que desde la llegada del smartphone en 2007 el número de agresiones sexuales ha aumentado exponencialmente. La hipótesis es que la accesibilidad de los contenidos pornográficos desde una edad temprana ha aumentado masivamente la influencia de las historias pornográficas en las actitudes y el comportamiento sexual de las personas. De hecho, los estudios de análisis de contenido muestran que los vídeos pornográficos contienen violencia física o verbal, y que su consumo está correlacionado con la objetivación sexual (Willis et al., 2022). Así, la pornografía hace que la violencia sexual sea aceptable y habitual. La asociación entre violencia y placer es habitual en estos contenidos y puede trasladarse luego a la vida sexual real (en parte por los procesos de aprendizaje y la intervención de las neuronas espejo que he mencionado antes).

La pornografía es a menudo una exhibición de actividades delictivas (violación, violencia, pederastia, etc.) que, sin embargo, proporciona placer al espectador. Esta erotización de la violencia conduce a una desconexión moral y empática que tiene graves consecuencias en la vida social y relacional y, desgraciadamente, hay muchos hallazgos al respecto (Ballester et al., 2019). La pornografía convencional transmite que no importa lo que le hagas a una mujer, ella amará y exigirá más. Estos modelos son interiorizados por el consumidor sin que se dé cuenta. En este sentido, los estudios demuestran que el consumo de pornografía está asociado a muchas implicaciones sociales como el sexismo, los estereotipos, la misoginia y la violencia contra las mujeres (Alves & Cavalhieri, 2020; Malamuth, 2014; Owens et al., 2012; Wright, Tokunaga & Kraus, 2015). Una socióloga británica destacada en este campo, Gail Dines (2020), habla de una «sociedad cerebral pornificada». Ambos, influenciados por la pornografía, pueden ponerse en situaciones pornográficas (y, por tanto, a veces traumáticas) durante los encuentros o peticiones sexuales. Por ejemplo, mis pacientes me dicen a menudo que necesitan añadir algún tipo de violencia a sus intercambios sexuales porque, de lo contrario, sus cuerpos no pueden alcanzar la excitación necesaria. O un chico de 14 años que fue derivado a mi consulta porque había estado tocando a niñas pequeñas en su escuela porque estaba acostumbrado a consumir pornografía infantil. La influencia de estos modelos en los adolescentes es aún más significativa. Según un estudio del Fond d’Actions Addictions (Fondapol, 2018), el 42,7% de los adolescentes se inspiran en la pornografía para su propia vida sexual. Un estudio reciente demostró que el 80% de los adolescentes que consumen pornografía reproducen uno o más comportamientos sexuales agresivos (Vogels & O’Sullivan, 2019). Los estudios demuestran que el cerebro humano reacciona de la misma manera ante la pornografía que ante las drogas, ya que la pornografía activa los mismos circuitos y estructuras cerebrales que, por ejemplo, el crack o la cocaína (Childress et al., 2008). Por lo tanto, esto conduce al fenómeno de la tolerancia, es decir, para encontrar el placer o el alivio deseado, el cerebro exige cada vez más dosis en frecuencia, cantidad o tipo de contenido (Cotiga y Dumitrache, 2015; Kuhn y Gallinat, 2014). Este fenómeno de escalada lleva así al consumidor de pornografía a consumir cada vez más contenidos basura y chocantes para alcanzar el orgasmo que ya no se produce con el contenido inicial. Por desgracia, todas las personas a las que acompaño dicen que consumen contenidos de los que se avergüenzan profundamente. Pasemos al segundo eje. 

2. Impacto en la sexualidad. Esta escalada es, en definitiva, una búsqueda de dopamina, la sustancia cerebral responsable del placer. Las dosis de dopamina que se liberan en las situaciones pornográficas son tan intensas que el cerebro ya no reacciona en situaciones sexuales normales. En efecto, los superestímulos pornográficos están lejos de parecerse a la realidad de los sonidos, los genitales y las temporalidades de los encuentros sexuales reales. Esto tiene, por tanto, consecuencias clínicas sexológicas (Dwulit y Rzymski, 2019; Jacobs, et al., 2021; Bőthe, et al., 2021): los sexólogos advierten del aumento de la disfunción eréctil, del retraso en la eyaculación e incluso del vaginismo en las mujeres. Muchos de mis pacientes expresan su dificultad para lograr la satisfacción sexual con su pareja. Dicen que necesitan traer a su imaginación imágenes pornográficas, aislándose y distanciándose de la otra persona, para tener reacciones corporales. Algunos me dicen que necesitan reproducir los escenarios pornográficos que ven. En este sentido, la pornografía provoca una desaparición de la imaginación sexual autónoma que impide a la persona vivir su sexualidad según sus propios deseos, valores, construcciones o proyecciones. El contenido visualizado puede así invadir y habitar los impulsos sexuales y los comportamientos que los siguen (Ballester & Orte, 2019). 

3. Adicción. Como último eje de consecuencias, hablaré de la adicción. ‘Uso problemático de la pornografía’ es el término que la comunidad científica ha atribuido a los procesos adictivos relacionados con el consumo de pornografía. Los estudios internacionales hablan de una prevalencia de consumo problemático en la población general de entre el 3,5% y el 6%. Los estudios sobre usuarios adultos muestran una prevalencia de entre el 12% y el 17%. En Francia, que yo sepa, no se ha llevado a cabo ningún estudio, salvo el que estoy realizando en el marco de mi tesis (en mi estudio sobre 1001 adultos, la prevalencia es del 3,6%, de los cuales el 11% son hombres). En la población adolescente, la prevalencia del consumo compulsivo se sitúa entre el 5% y el 14% (Böthe et al., 2021). Estas cifras, aunque en rangos amplios, muestran un índice muy alto de uso problemático. En efecto, la pornografía es entendida por algunos investigadores como la droga por excelencia porque puede ser consumida en total anonimato, en cualquier lugar y circunstancia, con una accesibilidad sin precedentes, totalmente gratuita y de manera infinita (Cooper, 1998). Es especialmente adictivo por las características específicas del contenido y del medio y porque activa un mecanismo cerebral muy potente, el sistema de recompensa. Un neurocientífico de la Universidad de Los Ángeles, Peter Whybrow, se refiere a la pornografía como una «cocaína digital o droga electrónica», tan similares son los procesos cerebrales implicados en su consumo a los de la adicción a sustancias. Esto me recuerda a uno de mis pacientes, de 24 años, que me dijo: «Señora, se lo juro, hay algunos que entran por las venas o por la nariz, yo voy por los ojos, es el mismo efecto». Los síntomas del consumo problemático son diversos: pérdida de control, invasión del pensamiento por imágenes pornográficas, irritabilidad y rabietas, impacto en las responsabilidades diarias, ansiedad y depresión, sentimientos de vergüenza y autodesprecio, y síntomas de abstinencia físicos y psicológicos. Por otro lado, las relaciones interpersonales pueden verse afectadas, con rupturas románticas, pérdida de confianza en los demás, alteración de la capacidad de vinculación y dificultades para experimentar la intimidad, mayor tendencia a la infidelidad (Chiclana, 2013). Los estudios muestran un riesgo de inadaptación social y aislamiento (Tsitsika et al., 2009; Bloom & Hagedorn, 2014), problemas legales y financieros, y consecuencias para la vida profesional y otras responsabilidades (Binnie & Reavey, 2020). Como este problema está todavía poco explorado en Francia, las personas tardan en encontrar la ayuda pertinente y llegan a las consultas con grandes responsabilidades, llenas de impotencia y desesperación, a menudo cuando la fase adictiva está muy avanzada. 

De hecho, la demanda de la sociedad aún no se ha formulado porque la oferta de cuidados prácticamente no existe. Existe una necesidad sanitaria para la que aún no existen respuestas clínicas. Para que se hagan una idea de la magnitud del problema: por ejemplo, por mencionar sólo algunas sustancias, para los adictos entre los 5 millones de consumidores diarios de alcohol y los 850.000 de cannabis, existen -afortunadamente- unas 550 estructuras de servicios públicos especializados (CSAPA o CAARUD) en Francia, además de cientos de asociaciones y estructuras privadas (OFDT, 2022). En el caso de la adicción a la pornografía, el número de servicios o asociaciones que ofrecen atención especializada se puede contar con los dedos de una mano. Sin embargo, un estudio francés realizado por el IFOP en colaboración con un portal de pornografía francés demostró que 1 de cada 4 franceses consume pornografía al menos cada semana (IFOP, 2014). Los estudios internacionales han mostrado tasas de consumo de pornografía en línea de entre el 50 y el 99% para los hombres y del 30 al 86% para las mujeres (Baranowski, 2019). Otro estudio del Fondo de Adicciones sobre jóvenes de 14 a 15 años encontró que el 8% lo consume varias veces al día (Fondapol, 2018). En términos de industria, si Youtube tardó 4 años en tener 50 millones de usuarios, Pornhub, el principal portal pornográfico tardó 19 días. La pornografía online tiene más visitas que Twitter, Amazon y Netflix juntos (Stoner & Hughes, 2010). Ningún otro producto cultural de masas tiene una entrada tan abismal en nuestras vidas. Una industria que, además, tiene como objetivo el circuito cerebral más potente del ser humano, que es el de la sexualidad (Ballester et al., 2020). 

Estas cifras demuestran que es urgente, en Francia, desplegar respuestas eficaces a varios niveles: 

  1. Acciones de prevención para los jóvenes en las que la educación afectiva y sexual sea integral e incluya un enfoque específico sobre el consumo de pornografía.
  2. Acciones de sensibilización social y mediática sobre los riesgos de la pornografía y los patrones sexuales que transmite, como se ha hecho con otras sustancias o comportamientos.
  3. Estudios de prevalencia a escala nacional para medir con precisión el alcance de este fenómeno.
  4. El despliegue de la formación de los profesionales sanitarios en medicina de las adicciones sobre el manejo de esta adicción específica.
  5. El establecimiento de una oferta de atención especializada en los centros de adicciones.
  6. Apoyo, información y formación para los padres y educadores sobre este tema, que debe abordarse muy pronto en la historia del niño.

Concluiré con la definición de salud sexual de la Organización Mundial de la Salud (Organización Mundial de la Salud, 2006, pág. 5): «La salud sexual es un estado de bienestar físico, emocional, mental y social en relación con la sexualidad, y no sólo la ausencia de enfermedades, disfunciones o dolencias.  La salud sexual requiere un enfoque positivo y respetuoso de la sexualidad y las relaciones sexuales, y la capacidad de tener experiencias sexuales seguras y placenteras, libres de coerción, discriminación y violencia. Para lograr y mantener una buena salud sexual, los derechos humanos y sexuales de todas las personas deben ser respetados, protegidos y satisfechos. 

Con los hallazgos clínicos y sociológicos actuales que acabo de resumirles, estarán de acuerdo conmigo en que aún nos queda mucho por hacer para poder preservar la salud sexual de los jóvenes en toda su riqueza, pero también de los adultos de hoy y de mañana. Muchas gracias. 

 

María Hernández-Mora / Psicóloga clínica.

Asociación Déclic-Sortir de la Pornosphère. www.assodeclic.com. Consultas especializadas en adicciones sexuales y cibersexo – CSAPA Imagine, Hôpital Simone Veil (95). Laboratorio de Psicopatología y Procesos de Salud (PPCS) – Instituto de Psicología – Universidad de París.

(Traducción realizada a través de DeepL.com).

 

REFERENCIAS

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