El mensaje que nos llega es así, guste más o menos, o nada:

Ocurrió lo típico. Mi primo y yo nos encontrábamos solos en un cuarto. Tendríamos ambos 13 años. Abrimos una página en incógnito y buscamos un sitio web de contenido pornográfico “xxx.com”. Lo que vi no me gustó, pero me generó mucha curiosidad. Un pensamiento rondaba en mi cabeza: ¿sería yo capaz de dar placer a una mujer como veo en estos vídeos?

Quería sentir, experimentar y poder hacer lo mismo. Y este fue el momento en el que pensé que aquello que estaba viendo, era la historia de dos personas que se amaban y realizaban sexo. Para mí fue lo más atractivo del mundo. Por aquel entonces todavía no me había masturbado. Por medio de la pornografía, viendo a los protagonistas gritar de placer, la masturbación comenzó a funcionar como un puro mecanismo de alivio.

Además, por temporadas he contado con el servicio de mujeres a través de chats sexuales. Momentos caracterizados de mucha vergüenza e inolvidables, ya que esas ocasiones en las que me encontraba solo y masturbándome, no se van de mi cabeza y me generan mucha culpa.

He podido experimentar el “subidón” que te proporciona la pornografía. Durante 20 minutos te sientes muy bien. Pero al final quieres más, solo más.

Tú eliges

Ahora hablo a todas aquellas personas que están inmersas en esta conducta y piensan que no tienen salida.

Estoy convencido que lo que todos queremos es intimidad, característica fundamental para vivir una sexualidad sana y plena. Sin embargo, la pornografía nos lleva a confundir amor con sexo, placer con felicidad. He logrado perdonarme por haber dicho que “sí” a la pornografía, pero nunca me voy a olvidar del daño que me ha causado durante años. Entiendo esa curiosidad inicial por el sexo, propia de la adolescencia.

La primera vez que consumí pornografía me la encontré de frente sin tener capacidad de elegir, como he contado. He crecido en una sociedad hipersexualizada, con estímulos pornográficos por todas partes. Nadie puede escoger el contexto sociocultural en el que nace y vive. Pero nunca excusan al individuo a sumergirse en ese mundo. Fui yo el que dije que sí al porno.

Hoy en día estoy cada vez más y más alejado del mundo de la pornografía. Pero he pasado mucho tiempo de mi vida delante de una pantalla. ¿Cuál ha sido el coste? Horas y horas perdidas. He sentido mucho temor porque sabía que lo que estaba haciendo no me llevaba por el camino correcto, que afectaba a mi masculinidad.

¿Tienes pareja?, ¿amas a alguien? Si de verdad tienes un apoyo, puedes salir con más facilidad, porque la otra persona activa en ti el deseo de unirte a ella. Esta unión no es completa mientras estás metido en la industria de la pornografía. Amar no es dar placer solamente. Amar no es tener la certeza de que una pareja le da placer a uno. Amar no es amarse así mismo. Así que para terminar quiero transmitir lo siguiente:

La pornografía y la masturbación carecen de amor por completo, porque el amor, lo que más deseas, nunca lo conseguirás a través de esa conducta. Si lees esto, te animo a iniciar el cambio, y lo más importante: ¡Sí se puede! Si yo pude, te lo aseguro, tú también puedes. ¡Ánimo!