La irrupción de la tecnología en las interacciones humanas es uno de los grandes temas de este siglo. Todavía seguimos asombrados por los cambios sociales que ha traído Facebook y compañía. Aún nos da vértigo cada vez que reflexionamos sobre la rapidez a la que nuestros vínculos se hacen más frágiles y superficiales… y nos sigue costando aceptar que estamos enganchados a las pantallas.

Hay que asumir que la tecnología es disruptiva y como no podía ser menos, el mundo de las citas también ha sido invadido por el big data y los algoritmos de recomendación. Tinder ha alcanzado más de 50 millones de usuarios, de los cuales 10 millones son usuarios activos diarios. Obtiene más 1.600 millones de “swipes” (movimiento del dedo al deslizar una pantalla) por día y 20 millones de «matches» (un ‘me gusta’ recíproco); y finalmente consigue que se produzcan un millón de citas a la semana.

Es innegable que Tinder se ha convertido una nueva forma de obtener sexo casual o incluso de encontrar pareja, pero la cosa no se queda ahí, la causa de su gran éxito radica en la capacidad que tiene de hackearnos el cerebro. ¿Hackearnos?, Sí, con esto nos referimos a que el equipo de Tinder conoce muy bien qué botones pulsar para mantener a nuestro cerebro enganchado. Esta aplicación puede llegar a ser realmente adictiva. Te explicamos por qué.

Nada más abrir la app, ya se nos presentan las imágenes de los candidatos o candidatas. Al ver las caras de gente atractiva, nuestro cerebro activa el núcleo accumbens, relacionado con el procesamiento de la recompensa, según un estudio realizado en los Países Bajos.

Una vez que estamos predispuestos, otro factor a tener en cuenta es el de la impredictibilidad de los “premios”. Y esto al cerebro le encanta. Piensa en las máquinas de los casinos, cuando pulsas un botón o bajas la palanca, no sabes cuándo conseguirás el premio, pero sabes que si juegas lo suficiente obtendrás algo (aunque sea poco). Esto genera mucha tensión en tu cerebro que te empuja a seguir jugando. Lo mismo sucede con Tinder, no sabemos cuándo llegará un “match” o cuándo la persona con la que hemos empezado una conversación nos responderá, todo ello nos mantiene muy atentos a la aplicación, curiosos y enganchados.

Pero lo más interesante es que cuanto más interacciones con Tinder, la respuesta de tu cerebro con esta app se modifica. ¿Y esto qué quiere decir? Según lo que los nuevos estudios neurobiológicos sugieren; después de un tiempo, tu cerebro produce dopamina solo con recibir el anticipador de la recompensa y no al recibir la propia recompensa en sí misma.

Es decir, cuando comenzamos a usar Tinder y recibimos una notificación de “match”, el cerebro solo segrega dopamina cuando accedes a la aplicación y compruebas quién ha sido. Sin embargo, después de cierto tiempo de uso, tu cerebro segregará la dopamina directamente al ver la notificación, sin necesidad de que accedas a la app. Curioso, ¿verdad? Es por eso que este sistema es tan adictivo, no es solo por las citas o el sexo casual, realmente Tinder ha conseguido comprender cómo funciona nuestro cerebro.

Sin embargo, por otro lado tenemos la paradoja de las opciones, cuando nos exponemos a mucha variedad de opciones nos paralizamos y es mucho menos probable que tomemos una decisión o que estemos conformes con ella. Tinder es un gran mercado de solteros/as (o no tan solteros), y muchas personas experimentan la sensación de que siempre habrá alguien mejor a la vuelta de la esquina. Esto produce estrés emocional y una gran insatisfacción al final del día. Nadie acaba cumpliendo con las expectativas, y podríamos decir que hemos sacrificado el compromiso por la variedad, y lo gratificante a largo plazo por lo instantáneo. (Kennedy, 2016)

Tinder no deja de ser una plataforma más que nos hacer creer que somos productos, transacciones, objetos para seleccionar en un marketplace virtual. En resumen, el Amazon de las citas.

 

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