Imagina por un instante que se interrumpe la velocidad e intensidad con la que se mueve nuestro mundo y se lanzara a la calle esta pregunta: «¿qué es vivir plenamente la sexualidad?». Las respuestas serían bastante variadas. Muchos dirían que es hacer lo que se te venga en gana con respecto a tu vida sexual, siempre y cuando hayas tomado la decisión libremente. También habría quienes argumentarían que es la vivencia de tu vida sexual con la finalidad de conocerte mejor a ti mismo y a tu pareja, para poder determinar si sois enteramente compatibles o no. Por otra parte, estarían quienes dirían que el sexo más elevado solo se da cuando uno es fiel a su pareja, abierto a la fecundidad.

Quizá, la imposibilidad de llegar a un consenso reside en que se reduce la sexualidad a solamente la dimensión corporal-genital de la persona, y se deja de lado que esta cuenta también con una dimensión psicológica, emocional y espiritual y que no es posible decidir cómo un estímulo del exterior afecta a nuestro interior. Por tanto, resulta esencial distinguir entre “acto sexual” y “sexualidad” en sí misma, pues la sexualidad comprende dentro de ella la práctica sexual, pero no se reduce solamente a ella.

Se puede decir que, en principio, un acto que entre en el marco de la sexualidad tendrá repercusiones en toda la persona, es decir, que tomarán importancia en el momento de involucrarse en el acto puramente sexual, cuestiones como la salud física, el ambiente social y familiar, las impresiones recibidas y producidas, la afectividad y la voluntad.

En consecuencia, para que se pueda considerar que se vive la sexualidad de un modo más global, integral, debe ser vista como un acto de plena voluntad, y con responsabilidad, pues no solo están implicadas estas dimensiones dentro de uno, sino también dentro de la otra persona con la que se lleva a cabo el acto sexual. Entonces es posible argumentar que una persona que voluntariamente decide no llevar a cabo el acto sexual hasta que se cumplan estas dos condiciones enteramente, está viviendo su sexualidad de manera plena, pues es capaz de realmente darse al otro y de responsabilizarse de todas las consecuencias que traiga consigo.

Al mismo tiempo, aunque la persona se entrega en su totalidad al momento del acto sexual, sigue conservando su individualidad, su libertad y sus cualidades propias, por lo cual la sexualidad es considerada “incomunicable”, pero orientada enteramente al diálogo interpersonal y a la complementariedad del uno con el otro. Es esencial, por tanto, entender al otro como un fin en sí mismo y como una persona con un valor y dignidad igual al tuyo, no como un mero objeto de placer. Se debe entender, entonces, a la sexualidad como un acto “con” y “para” el otro, no solo “por” el otro o “gracias” al otro.

Todas las definiciones planteadas al inicio tienen algo de cierto. En primer lugar, la sexualidad te permite conocerte a ti mismo y al otro, haciendo notar la incomunicabilidad, la complementariedad y la apertura al diálogo interpersonal. Por otro lado, implica decidir libremente con quién, cómo, cuándo y dónde llevas a cabo el acto sexual, permitiendo que se cumpla la condición de libertad. Y, por último, al cumplirse enteramente la condición de la responsabilidad esta se puede llevar a cabo en un plano de fidelidad y fecundidad. No obstante, ninguna de estas agota en sí misma lo que es la sexualidad.

En conclusión, para poder decir con toda verdad que se está viviendo plenamente la sexualidad, se deben tomar en cuenta todos los factores y cumplirse todas las condiciones antes mencionadas, si no, solamente se estará llevando a cabo un acto sexual más. «De una sexualidad sana y natural depende el grado de dignidad y humanismo de las nuevas generaciones que procreamos y educamos». José Antonio López Ortega.