Seguro que en algún momento has escuchado la famosa frase de “una imagen vale más que mil palabras”. Y es que la imagen, la mirada, es una fuente de revelación de los deseos más profundos del ser humano. No vemos las cosas tal y como son, sino que las vemos tal y como somos. La mirada es la síntesis de la persona.

Aprender a mirar es un aspecto fundamental para aprender a amarme y a amar bien, porque la realidad nos llega a través de los sentidos (especialmente a través de la mirada), nos afecta y alcanza a nuestro corazón que comienza a desear volver a mirar aquello que ha llamado su atención. Nuestra mirada condiciona, por tanto, la manera en que nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con la realidad.

Dicen que “la belleza está en los ojos de quien sabe apreciarla”, pero ¿qué es la belleza? Hay autores que señalan que la belleza es el encuentro de lo visible y lo invisible y, para captarla, hace falta una mirada profunda, humanizada y humanizadora, una mirada que sepa ver en toda persona algo grande, más grande de lo que parece a primera vista… ¿Cómo conseguir esta mirada profunda? Educándola.

En la cultura actual, basta con observar los anuncios de perfume o de coches; los videoclips de las canciones de moda; el contenido de las series y películas; las poses en las fotos de niños, adolescentes y jóvenes en redes sociales… para caer en la cuenta de que la sociedad en que vivimos está hipersexualizada, o al menos volcada en la imagen y aspecto corporal: el resto de su personalidad es un poco lo de menos.

El pansexualismo en el que niños, adolescentes y jóvenes (y también nosotros, adultos) nos vemos inmersos, pretende mostrar como normal y bueno aquello que reclama: reducir la sexualidad a genitalidad donde el único fin es el placer (poder conseguir un orgasmo rápido, intenso y duradero, en cualquier momento o lugar), convirtiendo la sexualidad -y como consecuencia a la persona- en un objeto de consumo para llegar a dicho fin.

Resulta obvio que esta idea de la sexualidad no surge de la nada, es decir, tiene su historia y toda una serie de intereses económicos detrás (moda, publicidad, música, cine…) para los cuales la persona sólo es un medio con el que enriquecerse.

En consecuencia, es urgente una educación afectivo-sexual que proponga una mirada justa sobre la persona y la sexualidad. Así, frente a la mirada represiva o permisiva, necesitamos una mirada personalista. Veamos en qué consisten:

  • La mirada represiva: trata de negar los deseos y anhelos de la mujer y del hombre. Ve la sexualidad como algo sucio que hay que reprimir. Pretende tapar los ojos o hacer mirar para otro lado sin dar respuesta a los interrogantes y deseos del corazón.
  • La mirada permisiva: se centra sólo en lo que a uno le apetece, lo que le gusta, lo que siente… identifica sexualidad con placer y ve a la persona como un medio para conseguirlo. Es una mirada utilitarista y reduccionista cuya respuesta no satisface el anhelo auténtico del corazón.
  • La mirada personalista: considera a la persona entera como algo único y a la sexualidad como algo bello y hermoso. La persona es vista como un fin; la sexualidad se valora como una realidad de entrega y acogida, una manera de decir con el cuerpo “te quiero de manera total” y el placer no es el fin sino la consecuencia de la unión en la relación sexual. Esta mirada pretende escuchar los deseos y anhelos del corazón y, en lugar de reprimirlos o seguirlos, dirigirlos hacia algo más grande, a un proyecto de vida que lleva hacia la plenitud.

En una cultura tan pornificada necesitamos recuperar esta mirada personalista, necesitamos enamorar a jóvenes y adultos de la belleza que reside en todo corazón humano porque, así como miren, tratarán y permitirán ser tratados.