Los avances tecnológicos no solo vienen acompañados de comodidad y progreso, sino que también esconden ciertos inconvenientes. La globalización ha puesto de manifiesto que los males endémicos de una sociedad pueden extrapolarse al resto del mundo, con independencia de la cultura y las costumbres propias de cada latitud. Así, las adicciones sin sustancias como al juego o a internet (y dentro de este a sus múltiples dominios, como sitios web de compras o pornografía) proliferan en todos aquellos lugares donde se implanta la red.

Según el artículo The risk of online gambling: a study of gambling disorder prevalence rates in Spain (2019), la prevalencia de la adicción al juego patológico ha experimentado un comportamiento similar al que históricamente han presentado las drogas y el alcohol. Dicha evolución provocó que la OMS y el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, 3ª edición) lo catalogaran como un trastorno mental, especificando las directrices concretas para definirlo. En los últimos años, con la reproducción exponencial de locales de este tipo y la expansión sin control de la publicidad de apuestas deportivas, la prevalencia del juego patológico en España (0,72%) es más alta que la indicada en el DSM-5 (0,2-0,3%), según el mencionado artículo.

En el caso de la adicción a internet, podemos diferenciar entre el generalized Internet addiction (GIA) y el Internet gaming disorder (IGD). Tal y como detalla el Systematic review and meta-analysis of epidemiology of internet addiction (2020), ya en estudios anteriores se fijaron las tasas de prevalencia de la adicción a la red entre el 0,8% y el 26,7%. Con el tiempo, la prevalencia combinada para GIA (7,02%) fue mayor que para IGD (2,47%), ya que como su propio nombre indica, abarca más estímulos potencialmente adictivos que solamente el juego. Desde la década de 1990 ha sido un campo de investigación popular, pero todavía no existe un diagnóstico sólido.

El porno, en el limbo

Sin embargo, se refieren a la adicción a internet considerando únicamente las acciones de chatear, jugar en línea y el uso de redes sociales, quedando excluidas otras como la visualización de pornografía. Algunos autores como Young (1999) y Greenfield (1999) distinguieron entre cuatro tipos de adicción al mundo virtual, donde sí aparecía el porno en la primera de las disquisiciones: adicción cibersexual, a las ciberrelaciones, a las compulsiones de la red (comercio electrónico, principalmente) y a la búsqueda de información sin una meta específica.

No obstante, se resiste la concepción de la pornografía como un desorden altamente adictivo y perjudicial. Si bien según el trabajo Adicción a la pornografía en Internet: análisis de un caso (2020) los estudios de prevalencia de comportamientos hipersexuales se encuentran entre un 1,4% y un 19,3% considerando la falta de metodologías y muestras, no se incluyó en el DSM-5, arguyendo “la falta de estudios e investigaciones empíricas que justifiquen su existencia”. Por el contrario, sí se incorporó el juego patológico, único trastorno introducido que no estaba relacionado con el consumo de sustancias.

Su gran prevalencia es indiscutible

A pesar de todo, la particularidad de la pornografía hace que su consideración como un elemento potencialmente adictivo sea irrefutable. Los autores Widyanto (2007) y Griffiths (2007) fijaron seis criterios que definen como una adicción a cualquier elemento que los cumpla: saliencia o capacidad de resaltar entre otros elementos, modificación del humor, tolerancia, síndrome de abstinencia, conflictos de tipo interpersonal o relacionado con otras actividades (trabajo, vida social, intereses, aficiones) y riesgo de recaída. Además, Cooper (1998) destacó tres características que favorecen el desarrollo de conductas adictivas a través de internet: su carácter anónimo, accesible y la facilidad para consumir contenido. Todo ello lo cumple con creces la pornografía.

De hecho, el documento Signos y síntomas de adicción al cibersexo en adultos mayores (2019) recoge que la prevalencia del consumo de pornografía ha experimentado un crecimiento sin límites, y recientemente se ha situado entre el 33% y el 90%. Este incremento va a más con el paso del tiempo, y en España casi cualquier persona con independencia de su sexo o edad ha visto porno por voluntad propia en alguna ocasión. 

Ni rastro de la pornografía en el estudio de adicciones desde la llegada de la COVID-19

Asimismo, el Ministerio de Sanidad y el Plan Nacional sobre Drogas presentaban anualmente la encuesta EDADES. La 2019-2020 fue su última edición debido a la COVID-19, y se trataba de un trabajo sobre “alcohol, drogas y otras adicciones en España”, pero no se consideró la pornografía. Su sucesora, la encuesta OEDA-COVID 2020, trató el “Impacto de la pandemia por COVID-19 durante el año 2020 en el patrón de consumo de sustancias psicoactivas y otros comportamientos con potencial adictivo”, pero tampoco se recogió el estudio del porno. Como en el caso del juego en línea, su consumo se supone todavía más alto como consecuencia de reducir las salidas del hogar.

Diego Fuentes Rodríguez / Periodista

 

Bibliografía: