“Lo que le impide recuperarse a un adicto es confiar exclusivamente en su voluntad”, es quizá la primera idea clave del libro; la segunda podría ser esta: “la causa de la adicción está dentro de nosotros, en nuestra actitud y estilo de vida”.

Arnold Washton y Donna Boundy escribieron un libro que se ha convertido en un clásico de la adicción. Aunque pasen los años, no ha perdido vigencia ni interés. Este libro es tan antiguo -editado en 1991- que no cita propiamente la pornografía; sí el comportamiento sexual adictivo. Y no porque la primera no existiera, sino porque no existía como la conocemos hoy.

Los autores desmenuzan el concepto de adicción en todas sus manifestaciones, y salpican el texto con muchos ejemplos reales de consumidores de drogas, alcohol, sexo, juego o comida. Lo importante, remarcan, no es el “principio activo”, sino más bien el sujeto, la persona, el “principio pasivo”.

Rendirse y admitir la derrota

Reconocer que se ha perdido el control es el primer paso para ganar esta batalla. Y el problema aquí radica en la facilidad que tenemos para el engaño, la mentira. Además, las adicciones “no graves”, como son socialmente aceptables, no conllevan una urgencia del individuo para buscar ayuda. Exactamente lo que ocurre con la pornografía.

Hay muchas maneras de negar la evidencia. Los autores desmenuzan varios tipos de mentiras a las que se acostumbra un adicto:

  1. Negar terminantemente. «No, yo no tengo ningún problema.»
  2. Minimizar. «No es tan grave.»
  3. Evitar el tema por entero (ignorarlo, negarse a abordarlo o desviar la atención de otros del tema).
  4. Culpar a otros. «Por supuesto que lo hago… ¿quién no lo haría teniendo una esposa/un jefe/unos hijos, etc., como los míos?»
  5. Racionalizar e intelectualizar. «Lo mío no es tan grave como lo de Pepe.» O «Esto no crea adicción, no está comprobado».

En definitiva, se intenta preservar la ilusión de que «todo está bien, bajo control».

Cómo cae en la adicción la gente común

Un capítulo entero está dedicado a ese proceso lento pero continuo que constituye cualquier adicción. Y con un símil certero, los autores asemejan el proceso adictivo con el de una relación, con cinco etapas.

Se empieza, como es lógico, con la etapa del “enamoramiento”, después la “luna de miel” donde se agudizan los efectos placenteros. El problema comienza con la “traición”, la actividad o droga que tan buen servicio nos ha prestado se vuelve en nuestra contra, que más tarde nos conduce a la “ruina”, y finalmente terminamos “apresados”.

“El primer paso a dar para seguir el proceso de cambio consiste en detenernos, reflexionar, observarnos y evaluarnos a nosotros mismos. Esta es una postura reflexiva para cuya adopción hemos recibido escaso adiestramiento, dado que hemos sido educados en una cultura orientada a la acción y el logro”.

Personas, familias y sociedades adictivas

Perfeccionismo, insensibilidad emocional, búsqueda de aprobación, hipersensibilidad a las críticas y al rechazo, propensión a sentir vergüenza, cólera mal manejada, incapacidad para tolerar frustraciones, sentimientos de impotencia, desmedida necesidad de ejercer control, pasividad para encarar problemas, desidia con uno mismo, aislamiento y tendencia a vivir auto engañándose.

El malestar, verdadero mal-estar, es el origen de cualquier adicción. Y ese malestar está presente a veces en la propia persona, pero también se puede dar en el seno de una familia, de unos padres, o incluso de una cultura y sociedad entera. Interesante capítulo que nos quiere mostrar las causas de fondo, los orígenes, que alimentan las propias adicciones.

“No es el dinero, la comida, el sexo, la droga, el juego ni el trabajo lo que es intrínsecamente maligno, dañino o destructivo: es la finalidad con que la gente hace uso de ellos”, apuntan los autores.

Entre las creencias que contribuyen a la adicción se cuentan las siguientes: «Yo debería ser perfecto (y la perfección es posible)»; «Yo debería ser todopoderoso», «Yo debería obtener siempre lo que quiero», y «La vida debería estar libre de dolor y no requerir ningún esfuerzo». 

La recuperación es posible

“Dar expresión a nuestro verdadero yo es la esencia de la recuperación”, manifiestan los autores en esta última parte del libro, centrada en la recuperación y en la mejora posterior. “Cambiar el modo en que uno vive implica desmantelar el armazón adictivo de la propia vida —cómo se ve uno a sí mismo, qué cosas cree, cómo se cuida y cómo se relaciona con otros— para crear una estructura sana en su lugar”.

El libro busca dar razones de fondo al adicto, o a quien está cerca de serlo, y siempre desde una mirada interior. Hay que huir de ese pensamiento de “quiero que todo sea perfecto y lo quiero ya”, porque no hace más que clavar en la tierra el soporte de la adicción. Es el momento de enfrentarse al dolor y lidiar con él de forma satisfactoria.

En estos capítulos finales, se busca que el lector considere lo que verdaderamente quiere de la vida. “Haga otra lista: la de sus sueños y metas, desde los más importantes hasta los más ínfimos”, sugieren los autores.

«Si un hombre no sabe hacia qué puerto está navegando, ningún viento le será favorable». La recuperación, por tanto, es un proceso activo, y no pasivo. En este sentido, cuanto más placer real haya en su vida, tanto menos atractivos le resultarán los placeres que brinda -en palabras de los autores- los “arreglos rápidos”.

Querer no es poder. Aunque querer es imprescindible.