En este breve artículo vamos a abordar algunos aspectos relativos a la pornografía y la prostitución, asunto peliagudo donde los haya. Un tema tabú, que la sociedad tiene aparcado con el cartel de Don’t disturb y que huye de él como si de la peste se tratara, al igual que ocurrió en su momento con el SIDA. Además de las implicaciones sociales, es un serio problema de salud para todos/as los implicados/as en el asunto. También un ejemplo claro de la desigualdad social, de la desigualdad entre hombres y mujeres y del mal uso del poder por parte de algunos varones. La pobrezade las mujeres y las injusticias Norte-Sur, son elementos relevantes a considerar también. Para nosotros el más importante ahora: la prevención del consumo.

La prostitución y la pornografía siempre han estado integradas en la sociedad, siempre clandestinas, destinadas a los varones adultos en exclusiva y abiertas a aquellos jóvenes que querían incorporarse a esa condición de mayores, como rito de iniciación. La prostitución, desde muy antiguo, escondida en burdeles y, el porno, permitido en cines especiales, en revistas un tanto mugrosas y en videos desgastados que se alquilaban en los video clubs o comprados en una gasolinera. Los que tenían Canal + eran unos privilegiados. Ahora es otra cosa. Internet ha metido el porno en nuestra casa.

Parece que en los tiempos actuales los jóvenes españoles no solo acuden a los burdeles como puerta de entrada a “hacerse mayores”, sino que lo hacen como clientes habituales. En el documental El Proxeneta, de Mabel Lozano, el protagonista relata con detalle la estrategia de los burdeles encaminada a ofrecer a los jóvenes servicios de prostitución: darle lo mismo que la discoteca y además con premios de sexo real. A su juicio el resultado fue un rotundo éxito.

Convendría tener en cuenta, desde el plano de la prevención, este hecho: un importante número de jóvenes varones parecen ser grandes consumidores de porno y prostitución simultáneamente. A tenor de que, con frecuencia, este aspecto es motivo de preguntas y desconcierto en buena parte de las personas que acuden a nuestras conferencias, cuando planteamos esta cruda realidad, consideramos que la educación es un elemento clave para la evitación de riesgos.

La pornografía y la prostitución tienen muchos puntos en común. Para nosotros, aquella es la teoría y ésta la práctica. Los empresarios de estas actividades están permanentemente actualizándose. Me atrevo a pronosticar, en los próximos 10 años, un cambio en los contenidos del porno: ante la presión social y política, este se adaptará, cual pícaro camaleón, produciendo millones de vídeos de porno feminista, porno educativo, etc. donde la mujer activa será la protagonista y las imágenes violentas se difuminarán. El negocio es el negocio: está por encima de todo.

No obstante, todavía una buena parte de la prostitución – las más pobres, porque aquí las clases son un elemento esencial– se exhibe en calles, plazas y polígonos industriales, incluso con la complicidad ya residual de algunos medios, que han sucumbido a Internet, que es el escaparate más eficiente para ofrecer los servicios de prostitución y, en particular, el porno. En las redes sociales no hay ningún reparo para anunciarse gratuitamente.

Diferentes contribuciones, dentro del discurso feminista, no dudan en asociar la pornografía y la prostitución con la violencia de género, si bien otras considerarían que se trata de violencia hacia las mujeres.

Paula Esteban (2015), por ejemplo, señala que “se puede llegar a la conclusión de que todos los hombres que han cometido o cometen violencia contra las mujeres han sido educados en una pornografía mainstream”. El consumo de prostitución es considerado un factor de riesgo medio. Generalmente antes de llegar a la antesala de la prostitución, los hombres se educan a través de la pornografía. Ahora bien, si ambos consumos van de la mano, el factor de riesgo para llegar a cometer violencia de género es mucho más alto.

Teniendo en cuenta que muchos, probablemente la mayoría, de los clientes de la prostitución tienen pareja (esposa, novia, compañera…) se plantean cuestiones interesantes respecto de ¿cómo es su relación con las prostitutas? ¿y con sus esposas? ¿se repiten patrones de violencia? Hacen falta más investigaciones para dar respuesta a estas y otras preguntas.

En definitiva, ¿qué podemos hacer desde la educación? Más que nunca es el momento de una formación sexual desde ámbitos variados. En la que, a la menor oportunidad y cuantas veces sea preciso, habrá que decir a nuestros alumnos o hijos que no se crean nada de las películas porno. Y, sobre todo transmitirles que el afecto, el deseo, la ternura, el respeto y el mutuo acuerdo deben formar parte de las relaciones sexuales entre las personas y que, en el porno y la prostitución, tales valores brillan por su ausencia.

José Luis García es Doctor en Psicología. Email: [email protected]Tw: @JosLuis70921676