Bienvenidos a un testimonio real, con la única excepción de la fotografía. Un relato tan real como sus efectos. Y como su superación. Pasen y lean.

Una historia siempre tiene un principio, y el mío se resume en que desde pequeño fui un chico con una percepción de mí mismo especial, a quien le gustaba hacerse querer y aceptar, con orgullo, y también -por qué no decirlo- con algunos complejos. Empecé a consumir pornografía esporádicamente, todavía la tecnología no estaba tan avanzada, o por lo menos no a mi alcance. En casa había un ordenador, pero sólo uno y a vista de todos, no existían los smartphones. Eso llegaría a mis 20. Así que mi manera de consumir empezó siendo una revista, con sólo 13 años empecé a ver pornografía en las revistas, me conseguí alguna, que guardaba en mi mochila y lo compartía con mis amigos en el instituto. Aquello fue a más y a partir de los 17 y hasta los 20 el consumo fue mayor.

La pornografia me cambió todo

A los 21 tuve un parón importante, pero no pude dejar de masturbarme y a los 23 me casé. El matrimonio sólo acentuó mi dolor. Esta vez, con toda la tecnología a mi alcance, comencé a descubrir el mundo de la pornografía como no lo había visto antes: cuántas páginas, todas distintas, muchísimos vídeos, cada cual más extraño, extremo y excitante. Ahí comenzó un proceso descendente en mi vida, desde los 23 hasta los 26 mi adicción fue en una espiral cada vez más oscura, más baja, más dura. Poco a poco este mundo de pornografía, fue cambiando mi mente, mis pasiones, mis deseos, mis aspiraciones, mis impulsos, mi forma de ver la vida. Lo cambió todo.

Se había convertido en una adicción que había transformado mi manera de ver y mirar el mundo. Era otra persona, para nada la que se casó con mi mujer. Empecé a consumir a todas horas, muchas veces al día, en el trabajo, al despertar, al irme a la cama…; lo combiné con otra adicción, me enganché a los videojuegos. Administraba mi tiempo, para ir a trabajar y después jugar y jugar, ver algún vídeo lo suficientemente interesante como para poder darme placer y sentir un alivio de este dolor. Dormía 5 horas al día, era como un zombi. Dejé de pasar tiempo con mi mujer, dejé de tener relaciones sexuales con ella. Estaba a punto de echar mi vida por la borda, todos mis sueños, todos mis propósitos, todas mis motivaciones, mis alegrías, el amor y el saber que alguien te ama. De hecho, los estaba perdiendo.

Pero en medio de toda esta debacle, ahí estaba ella, ¡mi mujer! La gran superheroína de la historia de mi vida. La que se dio cuenta de que algo me pasaba. Por supuesto, hasta con ella había guardado mi compostura, le había hecho ver que era un hombre perfecto, sin defectos, sin errores, un gran cristiano, inteligente, bueno… le había engañado. Con todo el engaño no le había dicho y nunca llegué a confesarle, que tenía una adicción. En cierto modo no lo sabía ni yo. Pero cuando ella me preguntaba si consumía pornografía, o si jugaba a la Play Station mientras ella no estaba, siempre respondía negativamente. Hasta que no podía negar la evidencia y clamaba por su perdón. Prometí una y otra vez que no volvería a hacerlo, pero una y otra vez, volvía a caer. Estaba cansado, sin fuerza y sin esperanza de que un cambio era posible, no para mi. El deterioro era cada vez mayor y mi mujer, que me amaba profundamente, decidió parar aquel progreso de degradación.

Buscó ayuda… y la encontró en un amigo, alguien dedicado a ayudar a personas con este problema, y a quien conocía de casi toda la vida. Había sido  una inspiración en mi adolescencia y al que siempre traté de agradar, pero que esta vez iba a verme en mi momento más vergonzoso. Aquel amigo me recogió, ayudó, aconsejó, hizo todo lo que estaba en su mano y en un acto de amor me aconsejó que fuera a un centro de rehabilitación.

Tocar fondo…, y empezar a subir

Desgraciadamente tuve que llegar al punto más bajo y más oscuro que jamás he vivido para darme cuenta de que estaba en una adicción, que había consumido todo, mi vida, mi trabajo, mi matrimonio, mis sueños y mis esperanzas de que todo se puede desvanecer en un momento. La pornografía me había consumido, no me había percatado de ello por el orgullo. Descubrí que cuando estás casado ¡ya no estás solo! Lo que haces mal no te afecta sólo a ti, sino también a tu mujer. Casi destruyo la vida de mi mujer por completo, creo que en estos procesos la que más sufre es ella. Estuve a punto de serle infiel con cualquier otra mujer, cuando la pornografía, te lleva a un extremo, muchas veces terminas buscando alguna prostituta. Y ahí, todavía no sé como, me pararon. No llegué hasta ahí, me quedé al borde. Pero ya la carcoma, se había tragado casi todo en mi vida.

Perdí mi trabajo, perdí mi casa, perdí mi coche y casi pierdo a mi mujer, es una historia larga y triste donde busqué como poder quitarme la vida. Necesité entrar en un centro de rehabilitación, y allí el orgullo voló. Fue lo más fuerte y profundo que he vivido nunca, pero ahí fue donde el proceso terminó. No puedo negar que Dios tuvo un papel esencial en todo esto, pero aun así, hay personas que tienen la capacidad de ayudar, de apoyar, de estar ahí, se convierten en auténticos ángeles.

Hoy mi mujer y yo estamos juntos, salí de aquel centro ya hace tres años, nuestro matrimonio, sueños y pasiones han sido restaurados. Ahora tenemos un hijo que nos recuerda que no volveremos a pasar por lo mismo. Hoy ayudamos a más hombres, mujeres y matrimonios en medio de procesos horribles, de donde un día nosotros salimos. Aconsejamos para que la gente no llegue al punto más oscuro donde nunca jamás haya podido estar. De que la vida es más que pornografía, adicciones y dolores. Necesitamos enfrentar nuestros dolores de la vida, esas heridas que han quedado pendientes y que arrastramos sin querer mirar, perdonar y definitivamente sanar. Pero con ellas no se puede avanzar, y se convierten en una mochila demasiado pesada para subir la cuesta larga y empinada que es la vida.

¡NO ESTAMOS SOLOS! ¡No lo intentes solo! Yo nunca lo conseguí, muchas veces lo intenté, pero hasta que no pedí ayuda no pude salir. Te animo a que busques ayuda, a que seas honesto, a que no te guardes nada. La vida puede ser maravillosa, pero sólo si eres lo suficientemente valiente como para enfrentarla sin miedo a ser juzgado en el proceso.