La infancia ha tenido acceso a internet desde hace ya casi 20 años. Por un lado, es una maravilla lo que se puede lograr con la tecnología, como comprobamos estos días durante la pandemia. A la vez, los riesgos también están ahí: el sexting, el grooming, los retos virales, el ciberbullying y la exposición a la pornografía son cada vez más fáciles de experimentar. Niños y niñas que están creciendo con la tecnología y aún hay muchos padres que no son conscientes de lo que su uso implica, y por tanto potencia los riesgos.

Así, también han incrementado mis experiencias de educar niñas/os que han estado expuestos a la pornografía. A continuación, comparto algunas de ellas.

Mis experiencias con grupos de niños

Al estar hablando de las partes del cuerpo en un grupo de tercero de primaria (entre 8 y 9 años), una niña se acercó a decirme que quería contarme algo; le respondí que al terminar la sesión tomaríamos un tiempo para que me contara. Me llevé una gran sorpresa cuando me platicó que su papá le prestó su celular y ella encontró un vídeo en el cual su papá chupaba la vulva de su mamá. Mencionó que ver esto le provocó mucho asco y era algo que de modo recurrente venía a su mente. Además, le preocupaba que su hermano menor también lo había visto. Esta historia ocurrió en 2009, una época sin smartphones, pero con la facilidad de grabar videos en el celular.

Ese mismo año, surgió el tema de pornografía con alumnas y alumnos de 5° y 6° de primaria (entre 10 y 12 años) en un taller de educación sexual infantil. Nos sentamos en círculo y les permití que expresaran sus inquietudes. Un niño mencionó que la había visto, otros no sabían qué era y algunos pensaban que la pornografía era ver a las mujeres anunciando ropa interior en las revistas. Era muy claro que el niño que mencionó haberla visto, tenía conductas y respuestas muy diferentes a las del resto del grupo. Se mostraba nervioso, además de muy avergonzado al hablar del tema. Durante las clases, le costaba trabajo escuchar la palabra sexualidad o que se nombraran los genitales, pene o vulva. Él mismo reconoció que le costaba sacar de su mente lo que había visto; poderlo hablar conmigo ayudó a que se sintiera un poco mejor.

En el año 2016, tuve la experiencia que más me ha impactado. En una generación de niños y niñas de 3° de primaria (entre 9 y 10 años), me topé con cuatro grupos a los que les costó mucho trabajo tomar la clase que debía darles, la cual hablaba de la pubertad y cómo identificar los primeros cambios. En cada uno de los grupos surgieron diferentes situaciones. Las resumiré, mencionando las frases que recibí del alumnado…

“¡Por qué nos arruinas la infancia!”

“¡Nooo, no repitas ese palabra!” (tras mencionar: pene y escroto).

“¡Qué asco!” (al explicar que aparece vello púbico).

“¡No tiene caso que nos expliquen del sexo hasta 5°, cuando ya lo sabemos ahorita!”

“¡Yo no quiero ser adulto!”

Hubo algunos niños con los que hablé directamente. Uno de ellos se acercó a mí para pedirme hablar en privado; se notaba muy angustiado. Un compañero le había enseñado los videos de un sitio porno que veía con frecuencia. Esto le resultó tan desagradable que hasta le daban ganas de vomitar cada vez que lo recordaba, además de que no lo podía sacar de su cabeza. Aquí hubo dos situaciones diferentes, ya que un niño pidió ayuda en cuanto pudo hacerlo y el otro ya tenía como parte de su actividad cotidiana, ver pornografía en su tablet.

Platiqué con otros niños debido a los comentarios que hacían durante las sesiones; dos de ellos comentaron que jugaban GTA-V un videojuego con contenidos sexuales, además de que habían visto algunos videos pornográficos en YouTube junto con otros compañeros y uno de ellos comentó que también había visto una película en Netflix que tenía contenido sexual explícito de un hombre con diferentes mujeres.

La sexualidad, distorsionada

Hay indicadores claros cuando un niño ha estado expuesto a contenido sexual explícito, sea o no pornográfico. Algunos son: rechazo hacia el cuerpo, ansiedad al hablar de sexualidad en general o del cuerpo, mal pensar o hacer comentarios en doble sentido, movimientos corporales que asemejan besos, caricias o el acto sexual, conductas de acoso sexual, comentarios inadecuados hacia sus compañeros/as. Unido a esto, la idea de que la sexualidad es algo negativo y que solo tiene que ver con lo erótico se refuerza.

Es un hecho que la pornografía desata emociones negativas, y que requiere la posterior escucha activa de un buen educador, que permita orientar, apoyar y aplicar los límites necesarios para favorecer el bienestar de niñas y niños. Y aunque esto lo he aprendido más en mi experiencia profesional, también ha sido un conocimiento adquirido con base en un breve estudio que hicimos en septiembre de 2019 sobre los efectos del uso de las TIC en niños/as de 9 a 12 años, cuyas conclusiones principales fueron:

Existe relación entre haber visto imágenes sexuales o pornográficas y sentir enojo.

Utilizar celular se asoció en un 70% con la posibilidad de sentir miedo ante una imagen o video.

No usar celular favorece el no haber vivido asco o desesperación ante alguna imagen o video.

 La recomendación para madres, padres y profesores es educar en sexualidad y afectividad, en el uso responsable de la tecnología y sus riesgos, adaptarse a la edad y carácter de cada hijo, escuchar y comprender siempre, sin actitudes autoritarias ni punitivas.

 

Elena García Carvajal

Psicóloga, Educadora en sexualidad infantil, Psicoterapeuta Corporal

México