A lo largo de nuestra vida nos encontramos con situaciones complicadas o duras que pueden llegar incluso a moldear nuestra forma de comportarnos. Estas situaciones o eventos pueden ser pérdidas (esperadas o no esperadas), problemas, momentos amenazantes, situaciones de crisis, etc. La gravedad de estos sucesos se mide en gran parte por la perspectiva que tengamos de ella. No obstante, hay más factores que entran en juego, que producen una respuesta positiva y negativa. Algunas de las variables que están presente durante este proceso son el contexto que engloba el evento, situación emocional actual, experiencias previas, expectativas y rasgos de personalidad.

Un acontecimiento traumático es un evento que por sus elementos y los elementos de la persona (situación emocional, miedos, rasgos de personalidad, etc.), produce elevados niveles de estrés en ese instante y puede llegar al punto de acompañarlo por un periodo de tiempo o el resto de su vida, en la persona de forma consciente o inconsciente. Algunos ejemplos de trauma son el abuso sexual en la infancia, un accidente con graves consecuencias (incendio, accidente de tráfico), un ataque externo que haya puesto en peligro la vida de la persona (asalto con armas, ataque de un perro etc.).

Cuando sucede un evento traumático, en la mayoría de los casos el cerebro desarrolla uno o varios mecanismos de defensa que aíslan el momento traumático. Uno de los mecanismos de defensa más comunes es la pérdida de memoria. Así, la persona perderá el recuerdo de esa situación. Otro de los mecanismos de defensa es la disociación: mantener verdades contradictorias, pero sin ser consciente de la contradicción. Hay situaciones en las que la persona llegará a revivir estos traumas. Para ello, se tendrá que encontrar con estímulos asociados al acontecimiento traumático. Por ejemplo, una persona que haya tenido un abuso sexual tendrá problemas para mantener una relación sexual con su pareja a la que quiere, porque el contexto de la relación sexual puede revivir su acontecimiento traumático.

El trauma leve y grave al punto de la disociación es un factor de riesgo para el uso de pornografía. Se ha visto que el consumo de pornografía en estas personas puede mantener la disociación, separando más a la persona de su identidad real y el trauma. En principio, puede parecer un factor positivo, porque aleja el trauma de las persona. No obstante, lo que realmente está generando es una ruptura de la personalidad en el sujeto: la persona herida por el trauma y la persona que no recuerda ese trauma, aunque herida también. Ambas personalidades, se desarrollarán en torno a la realidad que establezcan.

Además, en varios estudios, se ha observado que las personas que han tenido un acontecimiento traumático tienden a normalizar o aceptar con mayor facilidad el uso de pornografía, lo que incrementa el potencial de riesgo de consumo de pornografía. En concreto, se vio una relación más positiva en el sexo femenino, en traumas físicos y sexuales. Cabe recalcar que diversos autores hablan de un uso de pornografía de forma accidental en torno a uno de cada cinco adolescentes. Varios de estos encuentros involuntarios han sido catalogados como situaciones estresantes, estableciéndose o no como un trauma.

Como se explicó antes, varias situaciones de crisis no resueltas o acontecimientos traumáticos pueden ser una causa del uso de pornografía. Por ello hay que prestar atención a nuestro yo interior, e intentar descubrir si tengo asuntos pendientes sin resolver que puedan estar interfiriendo en mi vida social y sexual. Nunca está mal mirar hacia adentro, hacia atrás, siempre teniendo en cuenta que nuestra historia no nos determina, por el contrario, nos ayuda a conocernos un poco más y con ello podremos pulir nuestras habilidades.

Si no eres capaz de encontrar el motivo por el que estás acudiendo a la pornografía, que te genera malestar en tu vida, no dudes en ponerte en contacto con nosotros: [email protected]. ¡Te esperamos!

 

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